
Tras su primera exposición en Pamplona, la Diputación Foral le concedió una beca que le permitió ir a Madrid, pero por consejo del pintor Salaverría no ingresó en ninguna academia. Se formó, por tanto, sin otra dirección técnica que la propia, asistiendo a museos y exposiciones o estudiando en los libros. Acudió a París, pero se ignora casi todo de aquel viaje. Sus pintores más admirados fueron El Greco y Goya, así como el Zuloaga retratista, el Anglada decorador y Rusiñol como paisajista.

Su versatilidad le hizo descubrir nuevas técnicas de aplicación del óleo y experimentó con plásticos y caucho. Lo mejor de su producción artística es el retrato, no ya pictórico, donde obtuvo buenos resultados (“Retrato de Silvia Lacunza de Barragán”, 1951), sino en el campo del dibujo al carboncillo, pastel, sanguina o bistre. En sus retratos, y más en los realizados al pastel, supo comprender la forma de interpretarla con la luz y el color de manera magistral. Son de obligado recuerdo los retratos de personajes históricos que hiciera para el diario “Arriba España” en 1936-37 (“Mola, Franco, José Antonio, Hedilla”, etc.) y otros sobre tipos populares como “El Campesino”, segundo premio del Certamen Científico, Literario y Artístico de Pamplona (1928). También cartelista, realizó los carteles anunciadores de las Fiestas de San Fermín de 1940 y 1945. De sus exposiciones, que no fueron muy numerosas, cabe destacar las de Madrid y París de 1924, la del Ateneo de Logroño de 1927 y la del hall del Teatro Gayarre de 1936.
Murió en Tafalla en el año 1957 y como reconocimiento, los artistas navarros de la época le homenajearon con sus obras, en el Centro de exposiciones de la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona.
Bibliografía J.A. Eslava, Crispín Martínez, El genio investigador, “Pintores navarros/1” (Pamplona, 1981).